Dicen que a Serafín Ventura
lo sacaron de su casa para llevárselo al frente,
para defender la honra
de una patria dividida,
para luchar como un hombre
para arrancarle la inocencia de los quince años.
Dicen que en la calle se escuchaban
los vítores de la gente al paso de los elegidos,
que el hijo de la comadrona
caminaba con los ojos febriles,
brillantes como antorchas
encendidas por el miedo…
que en las mejillas se llevaba
los últimos besos de su madre,
y colgado de su cuello
un escapulario de la virgen del Carmen.
Dicen que el muchacho iba a ser un hombre de mar,
valiente como lo fueron su padre y su abuelo…
que la muerte se lo llevaría luchando
contra las fauces de una tormenta,
y las olas le darían sepultura,
envolviendo su cuerpo en un velo de espuma.
Dicen que Serafín disparaba al viento
el plomo de sus balas,
que sus pasos se hundieron
en la sinrazón de un campo de batalla,
en el desgarro de los cuerpos vencidos…
que sus ojos se volvieron líquidos
cuando sintió estallar su corazón,
cuando la boca se le llenó de sangre,
y sus labios saborearon la amargura
de haberse muerto por nada.